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Nunca nos enseñaron a vivir con los animales

  • Se estima que en Bogotá más del 40% de los hogares conviven con al menos un animal de compañía.

Mientras la tasa de natalidad decrece, cada vez son más las familias que encuentran en un perro o un gato la compañía ideal; incluso en los estrados judiciales se ha empezado a hablar de las familias interespecie para referirse a los vínculos que surgen entre los seres humanos y sus animales de compañía.

Pero ¿sabemos cómo convivir con estos animales?

Desde el 2016 Colombia ha vivido un proceso jurídico importante de protección animal y actualmente contamos con distintos instrumentos normativos tendientes a luchar contra el maltrato, regular la convivencia con animales y establecer lineamientos para diferentes tipos de interacciones humano-animal.

La Corte Constitucional se ha pronunciado sobre las normas que calificaban a los animales como simples objetos, pero hasta la fecha no hemos profundizado en construir vínculos en los que se reconozcan las necesidades y realidades de las especies con las que hoy compartimos nuestros hogares.

Ese vacío es, justamente, el que nutre muchos de los casos que hoy inundan las redes sociales y son señalados de tipificarse como maltrato animal. Claro, hay situaciones aberrantes que obedecen a claros contextos de violencia, pero muchas de las conductas que hoy reprochamos tienen como base el desconocimiento de las necesidades de estos seres con los que convivimos.

Con el fin de seguir reflexionando en los avances de la relación humano animal vale la pena recordar que la domesticación de los animales partió de su aprovechamiento por parte del hombre. Empezamos a convivir con ciertas especies porque nos traían beneficios y en el caso particular de los perros, nos brindaban protección.

De ahí que culturalmente los perros en nuestro país fueran, al menos hasta el 2016, esos seres que vivían en las casas o en las fincas a la intemperie, con el objetivo de espantar extraños y proteger las propiedades.

En ese entonces no pensábamos en que ellos necesitaban, al igual que nosotros, espacios de recreación y socialización; tampoco reparábamos en el vínculo afectivo que formaban con nosotros o con otras personas: sólo pensábamos en la utilidad que representaban para nuestra seguridad.

Esta realidad ha venido cambiando con el reconocimiento jurídico de los animales como seres sintientes; cambio legal que trajo al derecho una nueva forma de ver esta relación humano animal que a todas luces era evidente, la cual logró que empezáramos a desarrollar conciencia sobre la capacidad de los animales para sufrir y que empezáramos a entender que los demás seres vivos tienen intereses, siendo el más básico ese de vivir y, aún más, vivir con la satisfacción plena de sus necesidades.

No obstante, aunque desde ese momento empezamos también a mejorar nuestro relacionamiento con otros animales, a conocer y reconocer las cinco libertades que fueron plasmadas en la Ley 1774 de 2016, estamos en mora de adelantar procesos de capacitación y políticas públicas claras para fortalecer los vínculosinterespecie.

Los humanos, tan centrados en nosotros mismos como siempre lo hemos estado, aún no aprendemos a comunicarnos con algo más que el lenguaje. Apenas ahora estamos descubriendo que cada animal tiene una personalidad individual, pero, con todo y eso, pretendemos estandarizar los procesos de crianza y relacionamiento que tenemos con ellos.

Obstinados como somos, buscamos conseguir el cachorro de moda o llegamos a las jornadas de adopción buscando “un cachorro que no crezca mucho”, sin comprender, por ejemplo, que, si nunca hemos tenido un perro, la mejor opción es iniciar con uno que ya esté cercano al año o sea mayor. Esto, en tanto la experiencia con un cachorro, aunque es preciosa, puede ser bastante complicada si no tenemos la paciencia, el tiempo o el conocimiento necesarios.

Sumamos animales a nuestras familias, pero no los conocemos, no los entendemos y no contamos aún con herramientas que nos permitan una convivencia armónica entre especies que tienen necesidades distintas.

La ciudadanía se ha organizado para luchar activamente por acabar con tradiciones que conllevan maltrato animal, demostrando ese cambio cultural tan necesario y aún lejano en muchos otros temas.

Los parques de la ciudad, escenario de encuentro y desencuentro

Hoy vemos en los parques el boom de la presencia de ciertas razas y encontramos familias abrumadas, perros estresados y agresivos porque no reciben el cuidado, la atención y el entrenamiento que requieren, porque sólo fueron adquiridos por su apariencia, sin reparar en sus necesidades.

Y es justo ahí cuando empiezan los problemas: las largas horas de encierro en apartamentos; los castigos en el balcón por los sofás destrozados; las peleas en los parques; los ataques a personas o a otros animales; los golpes ocasionados por la frustración de un jalonazo en la calle, las heridas surgidas de un enredo con la correa o un accidente con un niño; los abandonos, el maltrato.

Y esa es justamente la razón por la cual, para combatir el maltrato animal, o al menos gran parte de lo que hoy se configura en casos de maltrato animal, la clave no está en las sanciones (que igual son importantes y necesarias), sino en la reflexión profunda que debemos hacer como sociedad y como individuos de cómo nos estamos relacionando con los animales.

Es hora de que entendamos que la convivencia interespecie dejó de ser un tema de interés exclusivo de los grupos de protección y bienestar animal y actualmente es un asunto que compete de forma transversal a las administraciones locales y nacionales.

En ese sentido es momento de adaptar muchos aspectos de nuestro estilo de vida a la convivencia con animales y para hacerlo es importante que dejemos de pensar y construir el mundo desde una perspectiva antropocéntrica, dejando de relacionarnos con ellos sin reconocerlos como individuos y tomarnos en tiempo de entender sus necesidades para poder ajustar nuestras rutinas y decisiones a ellas.

Por eso es importante también que como ciudadanos nos comprometamos en este proceso de consolidación de una verdadera cultura ciudadana interespecie, facilitando espacios de diálogo, comprensión y direccionamiento, cuando el caso así lo permita.

Antes de reaccionar “apasionadamente” en contra de ciertos casos “virales”, grabando videos, publicándolos, buscando generar acciones de las autoridades, valdría la pena intentar conciliar, ayudar, aconsejar, preguntar, hablarnos como seres humanos, pues muchas veces podemos encontrar en el otro a una persona que necesite guía y nosotros podemos entregarla.

Cuando nos damos la oportunidad de hablar, podemos entender que no todas las realidades son iguales, que las situaciones no suelen ser blancas o negras, que siempre hay matices y muchas veces hacemos más enseñando y haciéndolo desde el amor y la comprensión de la diferencia.

Al final todos hemos transitado ese proceso de aprender a vivir con animales y podemos reconocer que no ha sido un camino perfecto, que seguramente hemos cometido errores y que hemos aprendido a generar nuevas bases para nuestros vínculos.

Claro, existen casos que incuestionablemente obedecen a motivos diferentes al desconocimiento y de ahí la existencia de normas, afortunadamente cada vez más robustas, que penalizan los casos más aberrantes de maltrato animal.

No obstante, en los casos de la cotidianidad, del vecino que deja a su perro encerrado varias horas en el apartamento o que mantiene a su gato en el balcón, pensemos en cuántas veces nos hemos dado cuenta de que aún tenemos que aprender mucho para ser dignos de los animales con los que convivimos.

Procuremos, en medio de ese reconocimiento, entender que estamos en una transición cultural en la que, hasta hace 8 años, los animales eran cosas para el derecho y para todo un país. Entendiendo este contexto podemos convertirnos en verdaderos agentes de cambio desde la comprensión y desde la posibilidad de compartir el conocimiento que hoy ya tenemos. Colombia necesita más gente enseñando que gente acusando.

Las realidades se cambian con el ejemplo, no con el garrote porque al igual que con la educación de un niño o el entrenamiento de un cachorro: la letra no entra con sangre, entra con paciencia, amor, comprensión y respeto por el otro, su realidad y su contexto.

Por: Ana María Hinestroza Villa, subdirectora de Cultura Ciudadana y Gestión del Conocimiento del IDPYBA.